lunes, 6 de agosto de 2012

Perdida

No sé por qué había escogido esa dirección ¿había un camino? ¿Qué carajo hacia ahí? No sé, o simplemente no quiero darme cuenta. Estaba perdida aunque supiera cómo se llamaba el lugar y la estación donde estaba parada.
El reloj se encuentra descompuesto, marcaba una hora que no coincidía con los últimos rayos del sol que había visto antes de entrar en el subterráneo. Pero, a quien le importaba realmente qué hora era justo en ese momento; y, cómo podía perderme si no me importaba donde estaba. En mi mente sólo tratada de retardar lo que tenía planeado.

Recordaba que era más o menos medio día, los vagones siempre estaban llenos a esa hora, los primeros 3 eran exclusivamente para damas y resultaba verdaderamente un reto subirte a empujones entre un montón de viejas gordas.

Me hice a un lado. No quería estorbar más, no quería seguir siendo un estorbo incluso en los últimos minutos de mi vida.

Nadie me notaba, nadie se da cuenta de nada.

¿Por qué se amontonaban todos enfrente de la puerta? ¿Por qué no dejaban salir antes de entrar? ¿Por qué se empeñaban en subir precisamente a ese vagón a base de empujones? ¿Y por qué el jodido policía no hacía nada?

Por qué no sólo se largaban de ahí y me dejaban terminar con todo esto, con esta monotonía, con la soledad, la simplicidad de la vida el olvido de los demás.


Y si, seguía perdida aunque supiera donde estaba parada, aunque supiera el camino de regreso. Porque todos ellos también lo estaban conmigo.

Diariamente viajan miles de personas en metro, hay cientos de trenes funcionando, somos almas que sólo por un pequeñísimo momento de nuestras vidas estamos conectadas en uno de esos diminutos vagones.



La estación comenzó a vaciarse, ya habían pasado un par de trenes y la gente que seguía esperando era muy poca.

Era el momento indicado, era el lugar perfecto.

Me aleje de todos, de todos. Trate de alejarme de mí.

Contuve la respiración y fije mis ojos directamente a las vías, al carbón y la madera negra. Nunca antes me había sentido tan segura de algo, tan segura de saltar en cuanto se aproximara el tren, de caer, romperme y sentirme frágil como el cristal, dejar de fingir fortaleza donde no la hay.

La seguridad de que todo terminaría en un segundo, que el tren me hiciera pedazos y mi sangre quedara esparcida indeleblemente sobre las vías.

Por un momento cerré los ojos, tratando de imaginar que se sentiría, cuál sería la última sensación que tendría mi cuerpo, por donde saldría mi alma.

Por otro lado, también imagine lo que pasaría después; no a mí, porque evidentemente estaría muerta. Eso ya no importaba. ¿Qué pasaría entonces con el conductor del tren?, la policía, los médicos forenses, la prensa. Yo terminaría siendo únicamente otra adolescente desquiciada y estúpida que se tiró a las vías del tren, dándole así más trabajo a la gente que limpiara mis restos; me maldecirán un par de veces por haber retrasado los estúpidos caminos de los ciudadanos, por quitarles su tiempo, por llenar de horror los ojos de quienes vieran mis viseras por doquier. Pero sólo eso, no recibiría nada más que insultos, maldiciones y quizá un poco de compasión. Al otro día, seguramente me ganaría un lugar en la nota roja, la prensa me mencionaría ocasionalmente, luego...¡bah! luego simplemente me olvidarían una vez más. La gente seguiría viajando por metro, tomarían el mismo vagón, el mismo camino, la misma estación y el conductor seguramente conservaría su empleo. Todos volverían a su misma vida patética y sin sentido. Si todos, menos yo.

Y fue en ese pequeño instante donde mis pies pisaban la línea amarilla de precaución y vi aproximarse muy a lo lejos al tren, cuando de pronto, el suicidio perfecto se terminó, se fue. Por qué entonces ahora, en ese preciso momento, nunca antes había estado tan cerca del borde, nunca antes había cruzado la línea de la vida. Siempre había respetado las normas, las indicaciones...¿siempre?

Y me dieron ganas de hacer cosas estúpidas, romper las reglas, lanzar basura a las vías, escupir en una esquina, empujar a una anciana. Todo era posible.

Retrocedí al tiempo que el tren se paró en la estación, el mismo que me arrollaría, el mismo que no me llevaría de vuelta a casa esa tarde.

Descubrí entonces que sólo...estaba perdida.

Sonreí, porque estaba feliz, porque nunca antes me habían dado tantas ganas de tomar la dirección equivocada, de perderme muchas veces por todas las líneas y estaciones habidas y por haber y por las cuales yo no había viajado, de regresar tarde a casa, de llegar tarde a una cita porque el tren se averió, de que robaran mi bolso o que me manosearan, de comprar cualquier porquería de diez pesos, de tener sexo casual en el vagón, de que me faltara el aire y saber que al salir de ahí, volvería a respirar...

Tenía ganas de perderme de verdad, que mi cuerpo no supiera a donde ir, que no hubiera una maldita dirección, que no tuviera que tomar siempre el mismo camino, que los mapas desaparecieran, sólo quería saber dónde estaba yo misma, que alguien me encontrara...que alguien...que alguien....

No sé. Las puertas del vagón se abrieron.

Hace mucho que no la veía, hace mucho que no conversábamos

-Mamá
-Hija ¿qué haces aquí?
-Esperando
-¿Qué?
-¿Quieres dar una vuelta?
-¿Dónde quieres que vayamos?
-Eso ya no importa...

Únicamente, tal vez, sólo, hacía falta estar perdida para que alguien te encontrara.


Marie